En honor del fundador - Marcelo Terceros B. - 1968

El CpSC, en celebración de nuestros 450 años de vida de Santa Cruz, enviara a partir de la fecha una serie de artículos de uno de los crúcenos más preclaros de nuestra historia contemporáneas, Marcelo Terceros. Son otros trabajos que no pueden faltar en su biblioteca virtual cruceña.

Decía de él, Ruber Carvalho Urey:

Hablar de Marcelo Terceros Banzer es evocar una referencia cruceña. Sus libros, sus artículos de prensa, su actuación como hombre público, como profesor y rector universitario, como internacionalista y diplomático, sus investigaciones, comentarios, su calidad humana y humanismo, su elegancia en el escribir y ese don de gente que suelen tener pocas personas, hacia de Marcelo Terceros Banzer un cruceño ejemplar, ya que todos esos oficios y pasiones las poseía con holgura.



EN HONOR DEL FUNDADOR



Se considera probable que, a fines de octubre de 1568, ocurriera la muerte del Capitán D. Ñuflo de Cháves, desgracia que truncó sus geniales designios e, indudablemente, influyó en términos sobre el futuro de su fundación chiquitana. El texto que sigue contiene la mente de Terceros Banzer al respecto:



"Si honrar a los padres es mandato moral ineludible, incorpo­rado prácticamente a todas las culturas de la tierra y no sólo a la Ley mosaica, rendir honor y veneración al que puede ostentar con legitimidad irrebatible la paternidad de nuestro conglomerado social cruceño resulta igualmente obligatorio.

Y si nosotros aun no hemos cumplido en la medida de lo de­bido con la memoria del egregio fundador -porque los nombres de una provincia, de una calle, de una plaza, no son suficientes pa­ra su grandeza que está esperando el bronce y el artista- por lo menos avivamos hoy el fuego del recuerdo, al conmemorar los cuatro siglos de su trágica muerte.



¡Ñuflo de Chaves! Si su nombre rotundo engloba sonidos de suave caricia y de restallante latigazo, su figura histórica atrae lo mismo al investigador sereno que al agradecido vástago y a su rededor se teje la leyenda épica y la verdad no menos heroica.

Considerado por muchos como el más esforzado de los pala­dines de la corriente hispana del Río de la Plata; el incansable, la centella, el de la persuasión y el de la guerra, el consejero de Irala y el maestro de Garay, su obra es hasta ahora poco difundida. Pero entre aquellos que hurgan los viejos papeles y extraen las lógicas consecuencias modernas, nuestro fundador tiene amigos, admiradores y comentaristas, que mucho bien haría popularizar.

Nada es que procediese de vieja cuna hidalga, la de los Chaves de Escóbar, de Trujillo, ni que en ella misma se meciese el futuro confesor del Rey Felipe. Poco dice el que, apenas mozo veinteañero, figurase entre los capitanes de la hueste de Cabeza de Vaca, el veterano de la Florida, y fuese encomendado de tare­as de responsabilidad que cumplió con pleno éxito. Su figura ya comienza a distinguirse en los afanes de Asunción, donde se po­ne al lado de Domingo Martínez de Irala, del que resulta uno de los más íntimos colaboradores. Río arriba hacia San Fernando y la Candelaria. Cruzando los altozanos para tejer de sendas y ciu­dades el Guayrá. Río abajo hasta el despoblado Puerto y Ciudad de Nuestra Señora del Buen Ayre. Aracay hacia el noroeste hasta topar las estribaciones de la sierra potosina. Chaco adentro tras los payaguás asesinos de Ayolas. Y Asunción misma, en consejo y en juerga, en paliques de enamorado y en conversación de ca­pitanes. Todos los vientos de la rosa le vieron gallardo, imponente, generoso, hidalgo, guerrero, navegante, jinete andarín, jefe, amigo, hogareño, político, leal.

Sin embargo su destino no marcaba la capital paraguaya co­mo el sitio de su gloria, sino como el trampolín de su fama. Y ya ésta pregonó el nombre de Chaves como el del primero de los conquistadores que hubiese atravesado el Continente Sudameri­cano, de mar a mar, por la inmensidad oceánica de la selva, mi­diendo paso a paso jornada a jornada, las mil leguas que van de Santa Catalina al Paraná, del Iguazú a los Jarayes, de los Jarayes a Charcas, de Potosí al Cuzco, del Altiplano a Lima. Pues si su paisano Orellana, en los meses en que Chaves cruzaba el At­lántico, ya hacía la navegación del Coca, del Napo y del Amazo­nas, cruzando el Continente en barcas; el nuestro, un lustro des­pués, luego de secundar a Irala en la primera entrada a los llanos de su futura epopeya, mandado por éste, trepa las sierras llegan­do a Charcas por Tomina y sigue por Potosí al Cuzco hasta en­contrarse con el Pacificador La Gasca y retratarse el afable rostro en las verdosas aguas del Callao.

Vuelto con gente nueva en cumplimiento de la promesa he­cha a su Gobernador, no sólo cumple su encargo sino que arrea las primeras vacas y cabras para el interior del continente y mar­ca una voz más el punto culminante de una historia de coloniza­ción con sentido, como la que él soñaba hacer.

Pero he aquí que Irala se le muere, cuando quería seguir sus consejos de continuar con las entradas y de desencantar la tierra. Ya no hay lazo de jerarquía que lo ate a la vida cada vez más moliente de la Casa Fuerte. Y sale de nuevo, bien provisto de gente y de intenciones, por febrero de 1558, otra vez do arriba hasta Jarayes y de ahí al Poniente clavado tras sus huellas y las de su gloria. En nada le arredra el cansancio de los más, las guazabaras de los indios ni los espantos del clima y de la selva. Deja retornar a los timoratos, que ya volverán tras de SUS obras; con­vence, y cuando no puede castiga, a los infieles que terminan so­metiéndosele; siembra y cosecha, porque él no tiene apuros pero sí experiencia; hurga el Chaco; se solaza en la sierra y en el ca­ñón chiquitanos; se asoma a Moxos; tienta la llanura sabanera de Grigotá y se refresca en las aguas turbias del Guapay o en las cristalinas del Chunguri. Procede a una primera fundación a orillas de éste, que es el Parapetí de nuestros días y le sale a discu­tir derechos Andrés Manso, el "mal apellidado". El destino le al­canza otra cuerda para que trepe más alto y helo aquí de nuevo en Lima, dialogando con su medio pariente el Virrey Hurtado de Mendoza, allegado de la esposa que dejó con tiernos retoños, ca­be el Paraguay.

Arreglado a medida su enojoso pleito, retorna en funciones de Gobernador de una nueva provincia, independiente de derecho -que de facto ya lo era desde años atrás- de los amigos asunce­nos y superior en todo a don Andrés, de quien aprovecha no sólo el mal talante sino los buenos capitanes.

Ya está Chaves en la cúspide de su obra. En la memorable mañana del 26 de febrero de 1561 nos funda y nos bautiza, y si había nacido cruceño de Extremadura, en el cortijo aledaño Truji­llo, se nos hace cruceño de América, padre de nuestra historia y ejemplo de nuestras ansias.

Tres años más tarde retorna a Asunción donde fue declarado traidor, separatista y alzado; pero sus éxitos "que la fama prego­na" echan tierra a las viejas disputas y es recibido con honores de su rango y con esperanzas en su generosidad. El sólo va, lo dice, a recoger a su familia; pero resulta despoblando Asunción, casi cómo lo hiciera Irala en su tiempo con Buenos Aires. Gober­nador, Obispo, Oficiales Reales, capitanes y soldados, criollos, in­dios de compañía, frailes y aventureros, todos quieren seguir al capitán del éxito; y el capitán quiere también -no lo dice- que b sigan. Para él la gloria no estaba sólo en fundar ciudades o en so­meter naciones, sino en desvelar el misterio de la tierra. Si era necesario aguijonear el entusiasmo con fábulas de plata y conse­jas de cacique, usa del medio disculpándose en conciencia, pues así desencantará la tierra y no perecerán otros en la demanda, como lo afirma en memorial célebre.

Porque éste era el temple de los capitanes íberos y no el de la leyenda feroz de ambición de oro, de que tanto se nos atosiga. Había que conquistar la tierra para el Rey y para Cristo. Y había que abrirla para todos, conociéndola, poblándola, encordándola de caminos y anudándote de ciudades.

Don Ñuflo hizo escuela. De su saga -uno de los diez factores que componen la biografía de Sud América, según el moderno historiador Samhaber- brotó el impulso juvenil de don Diego de Mendoza, su sucesor en el gobierno, que quiso que Santa Cruz, y con ella América, se diese sus propios gobernadores, sin que­brantar su lealtad al Rey. De su espíritu y su concepción geopolí­tica de la conquista, alumno aventajado resultó Juan de Garay, co-fundador de Santa Cruz y repoblador de Buenos Aires junto a sus hijos, criollos y cruceños. De su estirpe -de la espiritual, que no quedaron de la otra, segada prontamente por un viento de tragedia- son todos aquéllos que en el Virreinato o en la República expandieron la civilización y la fe hacia todos lados, desde esta ciudad capitana, que tiene en su haber y en el de Chaves la siembra de cultura en todo el interior más íntimo de América.

Porque es de ellos, de Chaves y de Garay, el concepto con el que quiero concluir esta disertación. El interior se debe poblar, develar, desencantar y desde allí debe irradiarse hasta llegar al mar, para abrirle puertas a la tierra. Dijo Chaves al informar al Rey de lo que le había sucedido en su labor de América: "Aunque no se siguiese otro interés más que poblar y desencantar la tierra, era gran servicio a Su Majestad porque de este bien resultaría que otros no se perdiesen". Y dijo el de Garay al abandonar Santa Cruz en el mismo año y por la misma época en que se cortaría la vida de su jefe: "Hay que fundar puertos para abrirle puertas a la tierra".

Cuando Chaves acompañaba de vuelta a los colonos paraguayos, entre los que ya se contaba Garay, le llegó el final que a todos nos espera. Descansando en su hamaca junto a los itatines, unos indios que él trasladó como amigo de la otra orilla del Paraguay al lado Occidental, tal vez por la altura de Santo Corazón, confió demasiado en sus promesas de lealtad y se quitó el yelmo de combate. Un palazo dado con furia no sólo le privó la vida, sino que casi cortó su esfuerzo, su ideal y su empeño. Desde su muerte no se volvió a transitar el camino al Paraguay, de donde puede bien inferirse no sólo lo desierto que quedó el Chaco y Chiquitos, sino hasta nuestro cruento y disparatado conflicto de hace 35 años. Abandonada la frontera hispano - portuguesa en la región central, se hizo posible el avance bandeirante hasta el Mato Grosso y el río, ampliado después, un siglo atrás hasta el limite actual, trescientos años debieron pasar para que sus hijos, los cruceños, acometiesen de nuevo su obra. Y ahora a los cuatrocientos, queremos ser dignos de su fama y enfilar hacia su ruta, de la grandeza del interior de América.

Sea esta ocasión en la que revivimos su memoria, la de nuestra promesa. Levantémosle en el sitio de honor su monumento y arraiguémosle en nuestros actos y en nuestra conducta, para hacer de Santa Cruz de la Sierra, la de sus sueños, la capital de América por el trabajo, por la concordia y por la honra".

Santa Cruz, noviembre de 1968".

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